En las ciudades, cuando acudimos a manifestaciones, uno de los comentarios habituales es sobre la cantidad de personas que asistieron. Esta actitud forma parte de nuestra cultura política blanca y urbana de la izquierda tradicional, que ha sido asumida por casi todas las organizaciones. Creemos que cuantas más personas asistan, más fuerte será el movimiento y habrá más posibilidades de que se atiendan nuestros reclamos.
En alguna medida, las cosas son de ese modo. Al tratarse de reclamos a las autoridades, cuánto más potente sea la presión, mayores posibilidades tendremos de que las atiendan. Sin embargo, la cuestión del número deja en blanco un par de cuestiones centrales.
La primera es que asistir a una manifestación no se relaciona directamente con la actitud en la vida cotidiana. Muchas personas, al retornar a sus quehaceres, siguen haciendo exactamente lo mismo que antes, esperando que sus representantes resuelvan la demanda, volviendo al papel de espectadores que interrumpieron durante algunas horas.
La segunda es que este modo de acción colectiva, en que estamos todos los movimientos “urbanitas” involucrados, no consigue transformaciones profundas, ya que sigue colocando en el centro a las instituciones estatales que, en esta cultura política, son el sujeto de la acción colectiva.
Es evidente que con manifestaciones no se consigue construir autonomía, ni se recuperan territorios del militarismo y del extractivismo, que están destruyendo nuestros países y las relaciones sociales de abajo. Siendo legítimas y necesarias las manifestaciones, nos hace falta un algo más, en particular a los movimientos urbanos.
Días atrás compartí unas horas con las bases de apoyo zapatistas en Nuevo San Gregorio, y quisiera destacar algunas cuestiones que aprendí de ellos y cómo me sentí interpelado por su terca resistencia.
En primer lugar, son muy pocas las familias que se mantienen en resistencia. Apenas cuatro. En los últimos meses se salieron dos familias. Sus adversarios en la zona son muchísimos más y están armados. El ser pocas personas y familias, no les impide persistir, ni sostener la autonomía ni la resistencia. No se les ve agobiadas por ese motivo.
En segundo lugar, en el diálogo en el que participó la Red Ajmaq y el Frayba, insistieron en algo muy notable: “Ahora estamos más unidos, nos sentimos más fuertes que cuando éramos un chingo”, nos dijeron.
Este punto me parece central. La fortaleza de una lucha no depende de cuántas personas sean, sino de que cada una de ellas tenga el compromiso y la firmeza necesarias para persistir en cualquier condición, aun cuando todo se nos pone en contra, cuando no hay perspectiva de que nuestra resistencia pueda vencer en el corto o mediano plazo.
En las ciudades observamos que muchas personas se retiran cuando sus demandas no son atendidas, cuando la represión aumenta o cuando, sencillamente, se cansan. Algunas organizaciones que parecían sólidas y potentes, se debilitan rápidamente cuando se instalan las dificultades.
En tercer lugar, creo que la verdadera potencia aparece con las contrariedades. Cuando nos atacan o estamos aislados, a menudo aparece la desmoralización. Por eso me preguntaba, después de la visita al poblado, cómo le hacen para seguir cuando todo está en contra: el Estado, sus guardias nacionales y ejércitos, las “organizaciones” paraestatales, el crimen organizado y hasta sus amistades y familias, incluyendo a veces ex compañeros de lucha.
Ahí está el punto. Muchos movimientos se sienten sólidos cuando están en las calles de a miles. Pero aquí hay un ejemplo claro de que “sí se puede”, aun siendo pocos, en la más absoluta soledad, cuando una simple visita es hostigada y no se sabe cuándo volverán las personas solidarias. Es un ejemplo dignidad y entereza humana y política.
Por último, las bases de apoyo del EZLN en Nuevo San Gregorio nos mostraron que la resistencia no es para un día ni para un año. Es un modo de vivir la vida. No se lucha para conseguir algo material, o para obtener ventajas personales o colectivas. Menos aún para tener resultados inmediatos. La lucha es para seguir siendo pueblos diferentes al capitalismo hegemónico. Y por dignidad.
Se trata de una cultura política diferente, en desarrollo, pero que aún no es comprendida ni asumida por la inmensa mayoría de organizaciones y personas. Demandará tiempo para que se produzca un cambio de tales dimensiones, que nos lleve a asumir esta otra forma de entender los modos de organizarnos, de resistir y de cambiar el mundo, transformándonos a nosotros.
Estas son apenas unas pocas ideas sobre lo que aprendemos de las bases de apoyo y en concreto de Nuevo San Gregorio. No podemos aprender, ni en lo individual ni en lo colectivo, si no compartimos, si no estamos donde suceden los hechos, pero sobre todo si no tenemos la suficiente humildad par reconocer que necesitamos aprender de los de abajo que resisten.